viernes, 14 de enero de 2011

Regalo a la Percepción.


De entre los muchos misterios que pueblan Buenos Aires, quiero referir a uno puntual, y a una historia que llegó a mis oídos sobre este.
Es sabido que en alguna parte de la estación Constitución fantasma del subterráneo, crece una planta de propiedades inigualables, respecto a cómo llegó allí nadie lo sabe aunque se dice que es proveniente del Tíbet, o de la selva hindú; cómo fuera, la planta habita alguno de aquellos túneles perdidos al hombre y es sabido qué quién logre conseguir una flor de la misma y logre aspirar de su humo sagrado, sentirá como los mismos dioses en su lejano Olimpo.


La historia a la que refiero tiene como personaje a un joven y prometedor artista; guiándose por antiguos mapas escondidos en las catacumbas de la biblioteca nacional, entre los escombros del viejo palacio presidencial, él logró encontrar la planta, y extrayendo uno de los cogollos divinos, se lo llevo a su hogar dónde lo preparó adecuadamente.
Así me han contado el cuento.

Fumó una sola y lenta seca.
Late y late su corazón, estalla en un remolino de mil sensaciones, toma la máquina de escribir, pues se siente lleno de inspiración y paciones, tipeó las palabras en rima, prosa, verso, cuento, guión y novela, ayudado por el whisky y el café, pasó la noche entera escribiendo en vela, y aunque parecía la negra tinta emanar desde sus mismas venas, no lograba alcanzar a describir tantas imágenes y tantas escenas, a pintar con signos y fonemas, tantos recuerdos y momentos, presentes pasados y futuros; buscó entonces lápices y pinceles, y comenzó a dibujar en los lienzos y en los muros, retratos y paisajes, escenas grotescas de comedia; y de drama, hermosas, sin llegar a expresar su pasión en aquellas torpes figuras borrosas, el torbellino de odio, amor, tristeza, alegría, furia e ira; entonces buscó el tambor, la flauta, el piano, el arpa y la lira, con tonos, ritmos y compases buscó en el sonido una cura, y por momentos hasta sintió llegar al ansiado cenit de su locura, pero cuando finalmente la calma le parece ya cercana; un arrebato, una explosión, y mil y un emociones de él emanan, no puede soportar tal situación, colapsan sus sentidos, decide huir, quiere alejarse, sin importarle cual sea el destino, así llega hasta los lejanos campos; derrotado ya, sobre la hierba se tira, y clavados sus ojos hacía el sol del mediodía, finalmente su cuerpo expira.

Lo divino no es grato a todos los hombres.

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